Esclavos de la palabra


Con las elecciones municipales y autonómicas de 2015 se abre un periodo inédito y apasionante en la política española. Por mucho que los dos grandes partidos tradicionales se empeñen en cocinar la realidad, su predominio del espectro político mengua a ojos vista, salvado únicamente por su honda raigambre y la inercia de la Historia, que no permite que los grandes mastodontes se extingan de la noche a la mañana. No quiere decir esto que estén condenados a la desaparición. Aún hay tiempo. Aún pueden adaptarse a unos tiempos nuevos y a una lectura de la política que poco tiene que ver con el ecosistema al que están acostumbrados.

Movimientos que demuestran que la política cobra vida a medida que la sociedad despierta, y qué mejor despertador que una dosis de fría, implacable y genocida crisis que no mata solo bolsillos, sino personas. Mientras las cúpulas perseveran en su aislamiento de la realidad, hundiendo la cabeza como avestruces en la neutra nomenclatura de las cifras, la sociedad civil, consciente ya de que el Estado se ha convertido en una agencia de colocación para empresas privadas y amigos de los "propietarios del cortijo" ha decidido ponerse manos a la obra para conseguir lo que la transición del 78 se dejó por el camino por eso de los miedos a los fantasmas de las Navidades pasadas. Es ésta la primera vez en décadas que las élites asentadas desde el Franquismo ven peligrar su sillón. Porque, no nos engañemos, la transición del 78 fue un suma de los descastados a la casta, una invitación a rojos y disidentes a formar parte del cotarro con tal de no montar demasiada polvareda. Han pasado décadas y esa realidad se ha vuelto caduca en cuanto la sociedad civil ha comprobado que el peso de la crisis se ha depositado en sus hombros, desprovisto el Estado de los mecanismos de salvaguarda social que se le presupone por haberse convertido en garante de "intereses superiores". Es lo que nos dicen cuando repiten: "No hemos rescatado bancos. Hemos rescatado depositantes". Ahora, decidme cuántos españoles tienen millones a plazo fijo y hablamos.

El caso es que, para llegar hasta aquí, se han dicho muchas cosas, algunas de las cuales muchos desearían borrar de la hemeroteca. Los encastrados, como el PSOE, llamado a gobernar o facilitar gobiernos de izquierda, se ha cansado de decir por boca de su secretario general que no pactarán con populismos, que es como llaman a los partidos emergentes. Son las reminiscencias de la arrogancia del dinosaurio hegemónico que no ve llegar el meteorito y cree que nunca cambiará nada. Prejuicio, menosprecio y apriorismo sin ser conscientes de que esa actitud no solo apunta a unas fuerzas políticas manadas directamente de la calle, sino a la gente que las componen, incluidos simpatizantes socialistas.

Por otro lado Podemos, esa fuerza que se sorprende a sí misma obteniendo una cota de poder con la que jamás habría soñado en las Europeas y ha pasado de proponer utopías a creerse ganadora de todo lo que se le ponga por delante, dando unos tumbos que solo se puede esperar de novatos en política con la boca calentada por años de indignación justificada. Casta, dicen despectivamente del PSOE, que, nos guste o no, ha hecho que España saliese de la Edad Media para convertirse en un Estado social de derecho.

Ahora, vistos los resultados, están condenados a entenderse si quieren materializar la urgente prioridad de la mayoría de los votantes: desalojar al cancerígeno PP que, ajeno a cualquier sentido común, ha hecho del autismo de su líder una filosofía genética y se desangra lentamente por los cuatro costados. Al margen de lo que puedan querer los votantes más extremistas de PSOE y Podemos, lo importante es que hay que virar el rumbo de este país urgentemente, unos recuperando su esencia socialdemócrata y otros haciendo concesiones de sentido común a escala local y autonómica, sin permitir que las arengas del pasado y el programa se conviertan en lastres de piedra para el bien de este maltrecho país.

Toca reunirse, trabajar mucho y ganarse el sueldo del político inventándose la manera de conjugar voluntades. Si no lo hicieran, media España no lo comprendería y volvería a la apatía democrática, que es lo que da oxígeno a la derecha más rancia y cateta. No hay tiempo para enrocarse y buscar la culpa en el otro, como ocurre en la Junta de Andalucía. Si eso es lo que nos espera, aunque sea hasta las generales de noviembre, Podemos perderá más credibilidad de la que Venezuela le ha mermado y PSOE no se quitará de encima ese complejo de personalidad múltiple que acarrea desde que Felipe González se quitó la chaqueta de pana para morder un habano. Pacto es exigencia, pero también renuncia. Y por nuestro bien, espero que todos, no solo los aquí mencionados, tengan la generosidad y visión de Estado de renunciar para ganar.

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