El reinado económico de Juan Carlos I


Una de las cosas que ha resaltado el rey saliente en su último discurso es que su reinado ha pretendido aportar a la prosperidad económica del país, entre otras cosas que sonaban en la misma clave musical. Me llama la atención que no haya definido su "mandato" como de persecución de la prosperidad social o del bien de las personas, como siempre me ha llamado la atención que el séquito que le acompaña en todos sus viajes oficiales sea una caterva de empresarios y banqueros en vez de una muestra de las riquezas culturales y locales de España, o una representación de estudiantes abocados al paro, presuntamente los mejor preparados de nuestra historia reciente. Me llama la atención, pero no me sorprende.

No me sorprende porque los Borbones postfranquistas se han caracterizado por una cosa fundamental: que reinan, pero no gobiernan, y su misión principal ha sido, del 78 en adelante, la preservación de la sangre y, más concretamente, del cabeza de familia. Esto no solo se limita a su bienestar personal, sino a las fortunas que esta familia ha amasado a lo largo de las décadas al albur de una dictadura que expolió y empobreció España como pocas. Y ya se sabe que las fortunas no se mezclan, pero tampoco van solas; se atraen las unas a las otras como hienas ante un cadáver tapado con la roja y gualda. Apesta, pero está muy rico.

Nótese que es muy diferente dejarse acompañar por los Florentino Pérez y los César Alierta que de los anónimos profesionales que no han heredado la fortuna, sino que cuentan con lo mejor que puede darles el Estado del bienestar que toca a su fin. Unos van a buscar negocio a casa del emir, mientras que los otros son el exponente de que invertir en el capital humano de este país no puede defraudar a nadie. Pero, una vez más, los que sí van son los que son.

Me carcajeo sobremanera cuando nos dicen que el rey ha ido a Dubái para abrir el camino de la inversión en empresas españolas y por el bien de nuestra sociedad, cuando los únicos que ganan son los conglomerados empresariales que reciben un contrato fuera de España para construir edificios, trenes de alta velocidad o infraestructuras varias con una mano de obra local y casi siempre en condiciones de semiesclavitud. El trabajador español, el profesional que con sus impuestos sostiene al rey, no suele percibir los grandes beneficios de estas gestiones reales, las cosas como son.

Por eso, no estaría de más que aprendiésemos a leer entre líneas cuando los medios de comunicación emprenden una campaña de imagen de la Casa Real (o de cualquier otra institución o persona que lo requiera) para captar las sutilezas del gran engaño, la gran campaña de marketing, en que se ha convertido la cosa pública en sus estratos más elevados. Y es que no tenemos excusa, porque las mentiras y las medias verdades, y más las de la Casa Real, ya apestan por su desmesurada abundancia en nuestro día a día. No es más culpable el timador que el ciego que se deja engañar con reiteración.

Piensa.

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