Qasem Soleimani, el virrey de Irak



Ya hablamos en su momento de la compleja situación que se está dando en Irak y Siria a tenor de la reciente eclosión del Ejército Islámico (ISIS/ISIL). Conviene recordar que el panorama geopolítico de la región se ha tornado muy complejo con el desmantelamiento de las frágiles estructuras de poder personalista que imperaban y contenían lo que para algunos era un mal mayor. Y es que en vista de los últimos acontecimientos y la instauración del califato que el ISIL va dejando a su paso, uno no puede evitar preguntarse acerca de la relatividad de lo que consideramos Bien y Mal en función de las característica particulares de cada región. Uno se pregunta, insisto, si las dictaduras de corte laico no eran mejores que lo que ha dado lugar la mal llamada Primavera Árabe.

Tenemos la sensación de que los años de lucha contra Al-Qaeda no fueron más que un teatrillo de ensayos para lo que hoy sucede en Oriente Medio. Obviaremos las teorías conspiranoicas de si son Israel y Estados Unidos quienes hay realmente detrás del ISIS y enfocaremos la situación con lógica geopolítica. Como dijimos en su momento, aquella zona del planeta siempre ha sido objeto de una pugna de poder por las potencias regionales, a saber, Irak, Irán, la Unión Soviética y, en menos medida, Israel. Desde siempre, Irán y Siria conformaron una alianza militar en medio de la cual solo se interponía un Irak mantenido y financiado por las potencias del Golfo, a cuya cabeza siempre estuvo Arabia Saudí. A este explosivo cóctel se sumó, tras la caída del Muro, un Estados Unidos que entró como un elefante en una cacharrería, trastocando los finos equilibrios regionales y borrando de un plumazo la separación de facto entre Irán y Siria. No en vano, la Inteligencia iraní suminstró valiosa información a los americanos de cara a derrocar a Saddam Hussein, y lo sigue haciendo hoy a cuenta del ISIL.

Purgado el poder iraquí y sustituidas sus cabezas visibles por una élite shiíta, hasta ahora oprimida sin miramientos y bajo la indiferencia de la Comunidad Internacional, Estados Unidos colocaba la alfombra roja para que Irán diera un paso más en su indiscutible carrera hacia el dominio de la región. En los relativamente pocos años que han pasado desde las primeras elecciones irquíes, su vecino ha trabajado concienzudamente para plantar sus garras en lo más hondo de su tejido político y militar. Tanto es así, que se dice que el expresidente Al Maliki no movía un dedo sin antes llamar a Teherán para que le dieran el visto bueno. Y al otro lado de la línea siempre había un nombre: Qasem Soleimani.

Milicianos shiítas exhiben la bandera del Estado Islámico tras capturar la localidad de Amirlo, a 170 kilómetros al norte de Bagdad

¿Cómo se ha llegado a esto? Irán ha trabajado duro para convertir a Irak en un estado clientelar dependiente. Depende de sus inyecciones de capital, de su apoyo militar y de su aparato de Inteligencia. Cuando cayó la ciudad de Mosul, de lo que se nos informó a vuelapluma desde los medios de comunicación, todo el mundo se aprestó a decir que Estados Unidos se había movilizado para detener el avance del ISIL mediante bombardeos aéreos, pero lo que no dicen tan abiertamente es que fue la brigada de élite de la Guardia Revolucionaria iraní, Al-Quds, quien paró en seco el avance del Califato Negro. ¿Y quién estaba al mando de esa brigada? En efecto: Qasem Soleimani.

Qasem Soleimani es un general de la teocracia persa que se bregó desde muy joven. Sin apenas formación militar académica, todo lo que sabe lo aprendió sobre el terreno y no tardó en ascender. Su primer contacto con la guerra fue durante la supresión de la insurrección kurda de 1979 y la guerra con Irak, entre 1980 y 1988 en el cruento conflicto irano-iraquí, al mando de la 41 División Tharallah. En los años 90, estuvo al cargo de la vigilancia fronteriza con Afganistán, una zona donde abundaba el tráfico de opio y que supo combatir eficazmente, aumentando su popularidad y sus galones. Durante la revuelta estudiantil de 1999 destacó como uno de los valedores del uso de medidas sumarias contra los insurrectos, indicando personalmente al presidente Khatami que su paciencia tenía un límite, que si las fuerzas del orden no acababan con aquello, lo haría el ejército.

Actualmente, Soleimani es uno de los mayores apoyos del Régimen de Al-Asad en Siria, y no solo de palabra, y, por irónico que parezca, ha sido visto apoyando, financiando y armando a los peshmergas kurdos para detener al ISIL en la región fronteriza al norte de Irak. Fusiles, munición, lanzagranadas y varias piezas de artillería son para Soleimani como las chucherías que regalas a los niños para que vengan a pedirte más, y a fe de los acontecimientos, eso es lo que está pasando y seguirá sucediendo.

Soleimani es la cara de una política metódica y geopolíticamente impecable emprendida por Irán para cambiar el equilibrio de poderes en el lugar. Es un veterano taimado, astuto y despiadado que se desenvuelve como pez en el agua en las dos caras de la moneda del poder: la política y la guerra. Sabe moverse en los salones del poder, aconsejando y coaccionando, preferiblemente detrás del trono en vez de sobre éste, pero también es un caudillo que baja a la trinchera con un kalashnikov y pelea junto con sus tropas, a cuyos funerales acude personalmente para dar un responso y llorarlos sin tapujos. Esto le ha hecho ganarse el respeto y la admiración de sus hombres al tiempo que el miedo y la consideración de políticos y presidentes.

Las conclusiones son tan claras como escalofriantes. Por un lado, y ante el avance de la barbarie del ISIL, es irónico que la única esperanza sea la intervención de Irán, una de las potencias más indiferentes a los derechos humanos y los valores democráticos y esto quizá nos ponga en la tesitura de tener que aceptar un mal menor para paliar uno mayor, doctrina que se utilizaba mucho en Occidente durante la Guerra Fría y que no parecía quitarle el sueño a nadie. Por otra parte, estos hechos escenifican que el poderío de Estados Unidos como última potencia manada de la Segunda Guerra Mundial está en franco declive. Su piel se ha vuelto muy fina y no acaba de entender que en regiones como el Levante y Oriente Medio no se puede ganar influencia a base de intervenciones remotas, con drones o con asesores militares, sino bajando a la trinchera, sangrando y muriendo allí si fuera preciso. Pero lo más importante: hay un choque cultural insalvable entre los sentires de Oriente y Occidente que hace que un americano jamás será aceptado porque sencillamente no es "uno de los suyos". No reza como ellos, no habla como ellos y no entiende la vida como ellos. No es ni mejor ni peor, sino diferente. Por ello, deberíamos plantearnos si la exportación forzosa de los valores democráticos no será más contraproducente que otra cosa en un entorno más cercano a nuestra Edad Media que a otra cosa.

Actualmente, Qasem Soleimani es el motor de una campaña de propaganda impulsada desde Teherán. Sabiendo que es como un fantasma; que todo el mundo habla de él, pero "nadie lo ha visto"; que es discreto y reservado como un zorro, su creciente presencia creciente en los medios iraníes no debe de ser una casualidad, y mucho menos que haya saltado a los medios occidentales, como la BBC. ¿Habrá empezado su carrera a la presidencia de la Teocracia de Irán? Yo no apostaría mis habichuelas, pero lo que es evidente que Irán es cada vez menos discreto en la escenificación de su poderío, y eso debería hacer pensar a Occidente en genera, y a Estados Unidos en particular, que la configuración de la política internacional va por el inexorable camino de la miltipolaridad regional, muy lejos del dominio global surgido tras la Guerra Fría.

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