El ADN de la gaviota
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Es bien sabido que el Estado del Bienestar fue la invención del "Mundo Libre" para dopar y anestesiar a unas clases trabajadoras autóctonas que, equivocadas o no, veían en el referente soviético un horizonte de esperanzas, una Espada de Damocles constante sobre las cabezas de los imperios capitalistas a modo de susurro que recuerda que, en cualquier momento, el proletariado de tu patio trasero se puede poner farruco. No en vano la OTAN tuvo en marcha la Red Gladio durante buena parte de la Guerra Fría para que se produjeran golpes de Estado sistemáticos en las democracias occidentales donde los partidos comunistas obtuvieran una relevancia electoral que hiciese temer su parecido con las democracias populares del otro lado del Telón de Acero.
Sin embargo, en el ADN de los sectores conservadores del mundo occidental siempre ha estado la gula explotadora que hoy más que nunca aflora en los antaño paraísos del bienestar. Mientras las Izquierdas se dejaban anestesiar por los condicionantes del poder, se desembarazaban del Marxismo y abrazaban la rosa (sin espinas), los sectores conservadores llevaron a cabo su jugada maestra: robar el espíritu internacionalista del comunismo y aplicarlo sin complejos al capital, no a los trabajadores. La CECA, el Mercado Común, la CEE y luego la UE han sido experimentos piloto para eso que llaman zonas de libre intercambio y, más tarde, globalización. Globalización, sí, pero de los capitales, no de las personas, pues mientras las fronteras desaparecían para el movimiento de capitales con cada martillazo al Muro de Berlín y los paraísos fiscales se iban erigiendo en prestamistas de los Estados soberanos, las personas seguían estando sujetas a la telaraña de las fronteras y la separación estricta y necesaria entre el primer mundo y el tercero. Bingo: ahora una empresa puede "deslocalizar" su producción a Bangladesh porque allí el trabajo es más barato, pero un currito de allí no puede organizarse sindicalmente porque aquello "no forma parte del acervo de la región", mientras que se sirve de la creciente desregularización para blanquear capitales oscuros en las Islas Caimán. Ejemplo de los chinos, que decía el dueño de Mercadona.
En España, la delegación de ese gran capital en la sombra tiene un ADN muy particular. Se trata de una versión ideológica del conservadurismo con un pasado golpista que ha sufrido de lo lindo disimulando su auténtica naturaleza durante los años dorados del Estado del Bienestar que, mal que nos pese, pusieron en marcha los partidos socialdemócratas. Tanto era así que los ministros que hoy criminalizan a las mujeres por abortar antes eran los mejores amigos de las comunidades gay de Madrid y los que decían que el PP era el partido de los trabajadores (sic) son los que ahora esgrimen una reforma laboral que ha hecho retroceder a nuestro país varias décadas en apenas dos años.
Ahora que no hay necesidad de mantener la careta, ahora que la crisis financiera debidamente orquestada desde Estados Unidos con la necesaria cooperación alemana, la gaviota azul por fin puede estirar las alas y mostrarse tal cual es. Y lo vemos en las leyes que viernes a viernes el Consejo de Ministros de Rajoy acuerda para su tramitación parlamentaria. La derecha española siempre ha tenido un concepto de país como de cortijo particular, añorante de la escala de grises del NO-DO y temeroso del "desorden". Lo que me aterra no solo es que desde que el caudillo decidiera salvar a España, sus herederos han seguido sistemáticamente el método de demonizar al que piensa distinto o discrimina, sino que las juventudes que beben de su teta, así como las mujeres y los homosexuales que militan entre sus filas, parecen infectados de algún agente que los zombifica más allá de toda conciencia social coherente con el estado del país y sus habitantes.
Los que criticas son, a sus ojos, antisistemas que buscan desestabilizar la balsa de aceite que es, según ellos, una sociedad normal y ordenada. Cuando falta el trabajo, criminalizan a la trabajadora que se queda embarazada o insinúan que quienes caen enfermos abusan del sistema por tomarse una baja. Demonizan a los estudiantes, tildándolos de vagos y maleantes cuando son ellos los que han estado viviendo de subvenciones y demás repartos de riqueza ilícitos. Apuntan con dedo acusador al enfermo que quiere tener un médico de familia cerca de casa, aduciendo que nos han acostumbrado demasiado mal y que la vida es otra cosa. Y cuando la sociedad, aún aterida por el shock recibido e incapaz de aunar voluntades, se lanza a la calle, tiran de bien común para sacar una ley de presunta seguridad que criminaliza al ciudadano por el mero hecho de sentirse descontento. Y sus medios de comunicación, tersos y agradecidos, repercuten la mentira una y otra vez hasta que se percibe como verdad. Y nos miramos a nosotros mismos preguntándonos si de verdad somos unos parásitos que esperan servicios a cambio no solo de los impuestos que pagamos, sino de los repagos a los que nos someten, como si el Estado nos regalase lo que compra con nuestro dinero.
Creo que la atroz depresión en la que ha caído España era el momento ansiado por la gaviota azul para sacar su auténtica mala baba. Y no la culpo a ella, sino a nosotros, demasiado olvidadizos del pasado y dispuestos a abrazar las proclamas centristas del PP cuando nunca se acercó siquiera a oler lo que es el centro, al tiempo que azotamos sin tregua (no digo que injustificadamente) a las izquierdas con opciones de llegar al poder por abandonar su ideal y abrazar la fuerza mayor de los Mercados.
Cuando hagan quebrar a los Estados, estos colaboradores necesarios del delito pasarán de ser políticos a gestores o consejeros delegados de esos "mercados" a los que tanto hay que satisfacer y nosotros seremos un bien más del que disponer. En realidad, ya está pasando.